Daniel
Prieto Castillo
Mendoza,
abril de 2013[1]
“Y así, con lentitud que no descansa,
por las obras del hombre se hace el
tiempo”
“No piso la materia; en su pedriza
piso al mayor dolor, tiempo deshecho.”
“Piso añicos de tiempo.”
Pedro Salinas, Cero
“Mirar el río hecho
de tiempo y agua”.
Jorge Luis Borges, Arte poética.
Primero el punto de partida. Hablo
desde una experiencia de 18 años de capacitación de educadores en la
Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, Argentina, mediante una carrera de
posgrado de Especialización en Docencia Universitaria de la que han egresado
alrededor de 1650 colegas.
La base de esos estudios es la
construcción de cuatro textos paralelos (uno por cada módulo del programa);
caracterizamos ese recurso con Francisco Gutiérrez Pérez a comienzos de la
década del 90: “seguimiento y registro del aprendizaje a cargo del propio
aprendiz”. Durante cuatro meses, duración de un módulo, es necesario construir
una obra pedagógica en clave comunicacional con un deliberado ejercicio de
escritura. Todo el posgrado descansa en la palabra escrita, aunque no negamos
para nada otras alternativas. Antecedentes del texto paralelo: las propuestas
de Simón Rodríguez ya en sus años mozos en el siglo XVIII, las experiencias de
Celestine Freinet, los llamados a no perder en el terreno de la educación el
valor de la palabra…
No obstante, nuestra fuente de
inspiración vino de la creación artística con la vieja concepción de obra.
Reflexionamos sobre lo que significa para el compositor o escritor el logro de
una producción en la cual ha entregado algo precioso con pasión y con
constancia: el tiempo de su vida. Pensábamos cuando urdíamos el concepto en el
marco de una experiencia en las universidades Rafael Landívar y San Carlos de
Guatemala, que esa construcción significaba para su creador un goce, una
plenitud preciosa. Si ello podía ser llevado al campo de la educación, si se
abría la posibilidad de contar para la promoción y el acompañamiento del
aprendizaje con seres que hubieran pasado por esa vivencia, tendríamos personas
mejor construidas para acompañar a sus estudiantes. En síntesis: la producción
de una obra rica en comunicación, de alguna manera te construye como un ser de
comunicación, como alguien capaz de generar su propia voz en dirección a la
educación.
Cuatro meses para elaborar un texto
de un promedio de 90 páginas en el cual se vuelcan resultados de prácticas de
aprendizaje, reflexiones, memorias, lecturas, intercambios con otros colegas,
pueden significar un esfuerzo muy grande si la vida te ha llevado a perder la
capacidad de detenerte en tu propia creación. Apostamos siempre a la morosidad
de la escritura, al cuidado en la elección de cada palabra, al discurso
organizado en clave comunicacional (hablo desde mi expresión siempre con otros,
conmigo mismo…), al placer del texto, por recordar el título de un libro del
querido autor francés Roland Barthes.
La obra
intelectual orientada a la tarea de promover y acompañar aprendizajes, la obra
en clave comunicacional y pedagógica, no nace a golpes de instante, tiene como
base la lentitud, lo que llamamos “no hay prisa”. Escribíamos hace ya más de 20
años lo siguiente, como una de las claves del juego pedagógico “No hay prisa.
Reconocemos en muchas experiencias educativas la neurosis del corto plazo; todo
está planificado de manera de acumular datos a marchas forzadas. Un sistema
semejante busca productos y no procesos, cierra los caminos a la reflexión y al
compartir.”
Llevado esto
al terreno de la creación de la propia obra, se trata de impulsar el encuentro,
el diálogo consigo mismo, porque no todo aprendizaje, no toda construcción
intelectual, son producto de intercambios y de foros. Nadie discute la riqueza
de la colaboración, de la interacción, pero también necesitamos las horas
personales, los tiempos para desarrollar nuestra palabra en el juego de la
escritura y de la reflexión. No aprendo sólo volcado a los demás y entre los
demás, aprendo también de mi mismo, conmigo mismo, en un juego en el cual me
involucro con la alegría de la construcción de la obra en la que hay mucho de
mi persona.
¿Qué nos ha sucedido en estos 18
años a lo largo del trabajo con generaciones de colegas universitarios? Podría
colmar páginas y páginas para relatar múltiples experiencias, búsquedas,
hallazgos, encuentros, aprendizajes…, pero quiero detenerme en una suerte de
constante, en algo presente desde el comienzo, allá por 1995, que se ha venido
profundizando de promoción en promoción.
Retomo para acercarme a ese tema lo
planteado al inicio de estas líneas:
“Y
así, con lentitud que no descansa,
por
las obras del hombre se hace el tiempo”
“No
piso la materia; en su pedriza
piso
al mayor dolor, tiempo deshecho.”
“Piso
añicos de tiempo.”
Pedro
Salinas, Cero
“Mirar el río hecho de tiempo y agua”.
Jorge Luis
Borges, Arte poética.
Los primeros versos corresponden a
uno de los poemas más ricos en sentido y en dolor escritos en el siglo XX por
ese querido autor español que murió lejos de su patria. Se trata de Cero, un texto dedicado a los estragos
de la bomba atómica lanzada a mansalva sobre una ciudad abierta a fines de la Segunda
Guerra Mundial, cuando ésta ya estaba definida y no hacía falta tamaña masacre.
Salinas expresa que lo destruido en esa infinita agresión es lo más humano de
nosotros: el tiempo, construcción del hombre por sus obras y el hombre mismo en
su existencia, por eso las imágenes de tiempo deshecho, añicos de tiempo.
Y en otro registro lo expresa Borges
en sus versos de “Arte poética”. Si el río está hecho de tiempo y agua, también
nuestras existencias están hechas de tiempo y… No tengo la capacidad de
síntesis del poeta para decir lo demás, ensayo algunos balbuceos: mirar al
hombre hecho de tiempo y sueños, tiempo y dichas, tiempo y dolores, tiempo y
pasiones, tiempo y soledades…
Pues bien, la constante ha sido
durante ya casi dos décadas, de generación en generación de colegas, la falta
de tiempo para construir la propia obra expresada en nuestro posgrado en los
textos paralelos. Y como construyendo obra se construye uno, esa falta conlleva
las dificultades para formarse como educador.
Podría multiplicar los ejemplos:
“Sí, fue un esfuerzo grande, pero si
hubiera tenido más tiempo…”.
“Hubo que sacrificar mucho en este
proceso, el tiempo de la familia…”.
“Hacía mucho que no me concentraba
en un tiempo personal de reflexión…”.
“La escritura me fue devolviendo un
poco de serenidad, es hermoso retomar el tiempo de uno…”.
“Hacía años que no me detenía en una
escritura para la cual hace falta tiempo…”.
“No tengo tiempo suficiente, sé que
eso se nota en el texto…”.
Volvamos al escenario: estoy
hablando de una carrera de posgrado dedicada a colegas universitarios que
buscan enriquecer su práctica docente; estoy expresando que en ese camino de
aprendizaje entendemos como una alternativa preciosa la construcción de la
propia obra a través de una escritura nacida al calor de la reflexión personal
y de la interacción con otros colegas; estoy diciendo que en una experiencia de
años y años encontramos como constante el reclamo, el lamento por la falta de
tiempo, el tiempo más cercano, más ligado al propio ser, más personal, el de la
escritura orientada a la creación de una obra pensada, y sentida, desde la
comunicación para mejorar la tarea educativa.
Nos hemos repetido con los amigos
que integramos el grupo de coordinación de la Especialización lo siguiente:
¿qué están haciendo las instituciones con el tiempo de sus educadores?, ¿qué
está haciendo la sociedad?
¿No será que se vive en el quehacer
cotidiano una marejada de acechanzas que no permite contar con tiempo de uno,
es decir, con vida de uno, para construirse como educador? Pienso en la
profesión llevada al plano de la supervivencia: 30, 40 horas semanales frente a
alumnos en aulas colmadas; pienso en el desgaste provocado por una
burocratización de nuestros espacios, más concentrada en el esfuerzo de llenar
planillas que en abrir alternativas a una rica educación; pienso en la soledad
de quienes se responsabilizan por una tarea de inmensa responsabilidad, por
falta de horas para reunirse, para pensar con los demás, para interactuar; pienso
en lo que significa la fatiga cotidiana capaz de estrechar el tiempo personal,
el de la reflexión, el de la escritura, el de la lectura.
Y con esos seres, con ese tiempo
hecho jirones, se pretende ingresar al mundo de las tecnologías digitales, a un
tiempo que tendería a moverse como la luz por el universo. Usted corre todo el
día de aula en aula, de planilla en planilla, ahora corra más, no es
suficiente, mire cómo lo van dejando atrás sus estudiantes, cómo se pierden a
la distancia mientras ensaya un triste trote por la vida. Tiene ahí todo un
universo que deberá incorporar para poder seguir llamándose educador, corra,
corra, corra. Porque además ahora lo evaluaremos, le pediremos cuentas de su
formación de posgrado, de sus investigaciones, de sus transferencias a la
sociedad.
Y así, con una prisa que no
descansa, por ese vértigo cotidiano se va perdiendo el tiempo, es decir, la
propia existencia. Y termina uno preguntando por lo esencial: ¿para qué
estoy aquí, en esta profesión encuadrada
en la palabra educación?
Tenemos una respuesta: si me defino
a mí mismo como educador estoy en la existencia para que los demás aprendan. No
pasa el tiempo, pasamos nosotros que estamos hechos de tiempo, y en ese pasar
sin sentido, en esa constante destrucción del tiempo más digno de nuestra
existencia de educadores, se nos va la posibilidad de construirnos para
promover y acompañar aprendizajes.
Nadie se construye, nadie colabora
en la construcción de los demás como aprendices, a través de carreras sin
freno. De procesos semejantes puede uno salir apenas construido, mal construido
y hasta destruido.
Cuando falta tiempo para construirse
como educador, cuando los días se disuelven y pasan como pájaros desnortados,
cuando todo se gasta en la cotidiana angustia de sobrevivir y en las
imposiciones, las tediosas imposiciones burocráticas, la cuestión no puede
dejar de ser planteada: estoy en el mundo para que los demás aprendan, ¿podrían
dejarme hacer aquello para lo cual estoy en el mundo?, ¿podrían permitirme
concentrar mis horas y mis días en mi fundamental responsabilidad: promover y
acompañar aprendizajes?, ¿podrían darme tiempo para pensar, sentir, gozar las
tecnologías sin someterme a vértigos vacíos de sentido?
No nos fuercen como educadores al
mayor dolor: pisar nuestro tiempo deshecho, pisar los añicos de nuestro tiempo.
0 comentarios:
Publicar un comentario