Por
el Arzobispo Claudio María Celli, Presidente del Pontificio Consejo para las
Comunicaciones Sociales
Es muy importante tomar conciencia de que la
razón de ser de la Iglesia es continuar la misión de Jesús en el mundo –el
anuncio de la Buena Nueva-, y la comunicación de la propia experiencia de fe a
todas la personas. Por lo tanto, cada cristiano está llamado a proseguir la
misión de Jesús, proponiendo a los demás la fe que vive y siente.
Podemos asumir este camino fructífero de
conversión como un encuentro comunicativo de donación entre Cristo y cada
cristiano, es decir, un encuentro de persona a persona, de corazón a corazón;
para que la Palabra de Vida se difunda en primer lugar en la propia vida y
luego en la vida de los demás.
Algunos hablan de la evangelización como de
un proceso para que la cultura hunda sus raíces cada vez más profundamente en
el Evangelio. Sin duda, la cultura abre el camino a la evangelización;
pero ésta no puede ser una comunicación de la fe que tiene como destinatarios a
la personas sin más. Con esto quiero decir que pueden existir hombres y mujeres
que estén inmersos en una cultura radicada en el Evangelio y que incluso abracen
sus contenidos, pero que no se reconozcan creyentes en Jesucristo. Por este
motivo, la Evangelización tiene sobre todo las características de una
comunicación de persona a persona.
Evidentemente, este encuentro también posee
una dimensión social, porque el ser humano no está solo, sino que vive dentro
de una comunidad y de un contexto marcados por una nueva cultura. El contexto
del hombre de hoy es un ambiente comunicativo, producto del desarrollo y de la
influencia de las nuevas tecnologías. Por ello, cabe preguntarse qué papel
tiene este nuevo ambiente comunicativo en el proceso constante de
conversión al que el ser humano está llamado.
La nueva cultura
No es fácil ilustrar una definición de Nueva
Evangelización; sin embargo, quisiera compartir algunas reflexiones
sobre el desafío que ésta supone, deteniéndome especialmente en el adjetivo
“Nueva”, que hace referencia al contexto en el que nos encontramos y que espera
respuestas oportunas si deseamos ser fieles a nuestra misión permanente de dar
a conocer a Jesús y su mensaje a todas las personas: “Para dar razón de
nuestra fe en un contexto que, respecto al pasado, presenta muchos rasgos de
novedad y de criticidad” (Instrumentum Laboris para el Sínodo sobre la
Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana, 2012 #42), debemos
esforzarnos por entender dicho contexto, de modo que nuestra respuesta sea “nueva
en su ardor, métodos y expresión” (Papa Juan Pablo II, discurso al
CELAM, 1983).
En nuestra coyuntura se encuentran
yuxtapuestos la Nueva Evangelización y los nuevos medios, en una conexión
natural y comprensible. El uso de estos nuevos medios es de gran ayuda en nuestros
esfuerzos por comunicar y dar a conocer la Buena Nueva; sin embargo, nuestra
reflexión sobre este tema no puede permanecer sólo en el plano técnico o en un
nivel meramente instrumental: no es suficiente preguntarnos cómo podemos usar
estos medios para evangelizar, sino que debemos aceptar los cambios y las
transformaciones radicales provocados por las nuevas tecnologías en nuestra
forma de vivir y que han originado un nuevo ambiente comunicativo.
“La cultura de las redes sociales y los
cambios en las formas y los estilos de la comunicación suponen todo un desafío
para quienes desean hablar de verdad y de valores. A menudo, como sucede también
con otros medios de comunicación social, el significado y la eficacia de las
diferentes formas de expresión parecen determinados más por su popularidad que
por su importancia y validez intrínsecas”. (Benedicto XVI; Mensaje para la Jornada
Mundial de las Comunicación 2013).
En los últimos veinticinco años hemos sido
testigos de un desarrollo exponencial de la tecnología y de sus capacidades para apoyar y facilitar la
comunicación humana. La combinación de este desarrollo en la telefonía móvil,
en la tecnología informática, la fibra óptica y los satélites hace que muchos
de nosotros tengamos en el bolsillo los smarth-phones que nos
permiten el acceso instantáneo a una amplia y extraordinaria cantidad de
información de todo el mundo, y que nos dan la posibilidad de comunicar
mediante conversaciones, textos o compartiendo imágenes con personas o
instituciones de cualquier latitud. Sin embargo, esta revolución de las
tecnologías de la información y de la comunicación no debe ser entendida sólo
en términos instrumentales: no se trata simplemente de una mejora
en la comunicación y la información en términos de volumen, velocidad,
eficiencia y accesibilidad, sino más bien de los profundos cambios en la manera
en que las personas utilizan estas tecnologías para comunicar, aprender,
interactuar y relacionarse. Estamos viviendo un cambio de paradigma en la
cultura de la comunicación. Así lo señala el Papa Benedicto XVI cuando escribe:
“Las nuevas tecnologías no modifican sólo el modo de comunicar, sino la
comunicación en sí misma, por lo que se puede afirmar que nos encontramos ante
una vasta transformación cultural” (Benedicto XVI, Mensaje para la
Jornada mundial de la Comunicación 2011).
Esta nueva cultura de la comunicación
requiere que los medios redefinan su enfoque, es decir: no podemos hacer lo que
siempre hemos hecho, solo que con nuevas tecnologías. “En los
primeros tiempos de la Iglesia, los Apóstoles y sus discípulos llevaron la
Buena Noticia de Jesús al mundo grecorromano. Así como entonces la
evangelización, para dar fruto, tuvo necesidad de una atenta comprensión de la
cultura y de las costumbres de aquellos pueblos paganos, con el fin de tocar su
mente y su corazón, así también ahora el anuncio de Cristo en el mundo de las
nuevas tecnologías requiere conocer éstas en profundidad para usarlas después
de manera adecuada” (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada mundial de
la Comunicación 2009).
Ahora bien, deseo señalar algunas
características evidentes de esta nueva cultura y reflexionar sobre las
implicaciones que emergen al aplicarlas a los medios católicos.
Claramente, no pretendo ofrecer soluciones definitivas, ya que la
transformación cultural que estamos viviendo está en constante mutación; mis
observaciones son provisionales, pero deseo ofrecer algunas ideas con la
intención de estimular el sano debate y animar una reflexión seria sobre este
tema.
La primera reflexión es simple: el espacio
digital es actualmente una realidad en la que viven muchas personas; por tanto,
no debemos pensar que lo “virtual” es un espacio menos importante que el mundo
físico. Si la Iglesia no está presente en ese espacio, la Buena Nueva no
será proclamada “digitalmente”, con lo que se corre el riesgo de abandonar a
muchas personas para las cuales éste es el espacio donde “viven”: se enteran de
las noticias y se informan; forman y expresan sus opiniones; se preguntan y
debaten.
“El ambiente digital no es un mundo paralelo
o puramente virtual, sino que forma parte de la realidad cotidiana de muchos,
especialmente de los más jóvenes. Las redes sociales son el fruto de la
interacción humana pero, a su vez, dan nueva forma a las dinámicas de la
comunicación que crea relaciones; por tanto, una comprensión atenta de este ambiente
es el prerrequisito para una presencia significativa dentro del mismo” (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada
mundial de la Comunicación 2011).
He constatado que los medios católicos han
respondido positivamente a este desafío, y que los operadores de los
medios tradicionales han realizado un buen trabajo desarrollando una presencia
consistente en el ambiente digital y logrando la necesaria convergencia
para presentar sus contenidos en la Red.
Desafío del lenguaje
“La capacidad de utilizar los nuevos
lenguajes es necesaria no tanto para estar al paso con los tiempos, sino
precisamente para permitir que la infinita riqueza del Evangelio encuentre
formas de expresión que puedan alcanzar las mentes y los corazones de todos. En
el ambiente digital, la palabra escrita se encuentra con frecuencia acompañada
de imágenes y sonidos. Una comunicación eficaz, como las parábolas de Jesús, ha
de estimular la imaginación y la sensibilidad afectiva de aquéllos a quienes
queremos invitar a un encuentro con el misterio del amor de Dios” (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada
mundial de la Comunicación 2011).
Para que nuestra presencia digital sea
eficaz, el siguiente desafío es transformar nuestro estilo de comunicación.
Estoy convencido de que una de las tareas más importantes de los medios
católicos es ayudar a la Iglesia a encontrar un lenguaje apropiado para
el ambiente de comunicación creado por las nuevas tecnologías y las redes
sociales. Esta tarea es aún más importante si pensamos que así seremos fieles
al mandamiento de dialogar con aquellas personas que no son miembros de nuestras
comunidades: con otros cristianos, con miembros de otras religiones, con
los no-creyentes y con los que viven alejados de la vida de fe porque se han
separado de la Iglesia por varios motivos. Debemos prestar especial atención al
tema del lenguaje; me refiero a nuestros discursos, nuestras formas de
comunicar y la terminología que usamos. Todos sabemos que el estilo discursivo
del ambiente digital, especialmente del denominado Web 2.0, es conversacional,
interactivo y participativo. Como Iglesia estamos acostumbrados a predicar,
enseñar y emitir declaraciones - actividades ciertamente importantes -,
pero las formas del discurso digital más eficaces son las que involucran
individualmente a las personas, buscan responder a sus preguntas específicas y
favorecen el diálogo. Necesitamos percibir mejor cómo será escuchado y
entendido nuestro mensaje por las distintas audiencias, focalizándonos en el
contenido de nuestra enseñanza. Hoy más que nunca, estamos llamados a escuchar
atentamente a nuestros interlocutores, a los varios tipos de audiencia a los
que nos dirigimos, entendiendo sus preocupaciones e interrogantes, teniendo en
cuenta los contextos y ambientes en los que ellos encontrarán la Palabra de
Dios.
La interactividad
La aparición de Internet como un medio
interactivo, en el que los usuarios participan como sujetos y no solo como
consumidores, nos invita a desarrollar nuevos estilos de comunicación
explícitamente dialogales, de enseñanza y presentación. La adquisición de un
estilo más dialógico es un gran desafío logístico y de recursos. La interacción
se realiza a través de blogs, comentando artículos o argumentando nuestras
posturas en las redes sociales; y al hacerlo no sólo estamos interactuando con
nuestros interlocutores directos, sino también con públicos y audiencias más
amplias.
En la Iglesia, estamos acostumbrados a
utilizar los textos escritos como la forma normal de comunicación; muchos
sitios Web eclesiales continúan usando este lenguaje donde podemos encontrar buenas
homilías y artículos muy interesantes, pero no queda claro si estos medios se
están dirigiendo a audiencias jóvenes que comunican de manera diferente.
Necesitamos descubrir la capacidad del arte, la música y la literatura para
expresar el misterio de nuestra fe interpelando mentes y corazones. Así como
los vitrales de las catedrales medievales hablaban a una audiencia que no sabía
leer ni escribir, debemos encontrar formas y expresiones digitales que sean
apropiadas para las generaciones que han sido denominadas “post-literarias”.
Hemos de lograr una “implicación auténtica e interactiva con las cuestiones
y las dudas de quienes están lejos de la fe” , que “nos debe
hacer sentir la necesidad de alimentar con la oración y la reflexión nuestra fe
en la presencia de Dios, y también nuestra caridad activa”. (Benedicto
XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones, 2011)
Nos hemos acostumbrado a relatar solo nuestra
historia; ahora se nos pide mostrar lo que somos, y necesitamos aprender a
mostrar cómo celebramos nuestra fe, cómo somos servidores y cómo nuestras vidas
son bendecidas. Tenemos que comunicar con nuestro testimonio: “El mero
enunciado del mensaje no llega al fondo del corazón de la persona, no toca su
libertad, no cambia la vida. Lo que fascina es sobre todo el encuentro con
personas creyentes que, por su fe, atraen hacia la gracia de Cristo, dando
testimonio de Él” (Benedicto XVI, Encuentro con los obispos de
Portugal, Fátima, 2010).
Necesitamos estar más atentos a nuestra
terminología: gran parte de nuestro lenguaje religioso y eclesial es
ininteligible incluso para los creyentes, porque muchos de nuestros iconos y
símbolos religiosos tienen que ser explicados a nuestros contemporáneos. Ya no
podemos dar por supuesto que los jóvenes, incluso en países de una larga
tradición cristiana, están familiarizados con las creencias más básicas. Estoy
convencido de que los medios católicos - profesionales e institucionales -
poseen un papel fundamental para ayudar a la Iglesia a aprender cómo comunicar
eficazmente. Tenemos la buena suerte de contar entre nuestros miembros con un
gran número de escritores talentosos, locutores, fotógrafos, cineastas,
especialistas en los nuevos medios; su entusiasmo y creatividad son
indispensables en esta tarea.
La autoridad
Otra característica de este nuevo ambiente
comunicativo es que se trata de un contexto no jerárquico, lo cual constituye
un gran desafío para los esfuerzos comunicativos de la Iglesia: el espacio
digital es abiertamente libre y peer to peer (de tú a tú), y
no reconoce o privilegia automáticamente el valor de las instituciones o
autoridades ya establecidas. Así, en este entorno, hay que ganarse la autoridad,
ya que no se trata de un derecho. Esto significa que los líderes de la Iglesia,
al igual que los líderes y autoridades políticas y sociales, están obligados a
encontrar nuevas formas de organizar su comunicación para que sus palabras
reciban una adecuada atención en el foro digital. Estamos aprendiendo a superar
el paradigma del púlpito y de la congregación pasiva que escucha por respeto a
nuestra posición; ahora estamos obligados a expresarnos mediante formas que
incorporen y convenzan a los demás, para que ellos a su vez compartan nuestro
mensaje con sus amigos, “seguidores” o compañeros de diálogo.
Ciertamente, si pretendemos una presencia
católica digital eficaz, estas nuevas formas de comunicación capilar o
comunicación en red deben ser pensadas y preparadas coherentemente. En este
contexto, el papel de los laicos se hace cada vez más central. Tenemos que
aprovechar las “voces” de tantos católicos presentes en los blogs, en las redes
sociales y otros foros digitales para que ellos puedan evangelizar, compartir
los puntos de vista del Evangelio, presentar las enseñanzas de la Iglesia y
responder a las preguntas de los demás: “Existe un estilo cristiano de
presencia también en el mundo digital, caracterizado por una comunicación
franca y abierta, responsable y respetuosa del otro. Comunicar el Evangelio a
través de los nuevos medios significa no sólo poner contenidos abiertamente
religiosos en las plataformas de los diversos medios, sino también dar
testimonio coherente en el propio perfil digital y en el modo de comunicar
preferencias, opciones y juicios que sean profundamente concordes con el
Evangelio, incluso cuando no se hable explícitamente de él”. (Benedicto
XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones, 2011). Por
eso, se tiene que dar una responsabilidad específica a los laicos en los medios
católicos, ofreciéndoles formación e información que les ayude a ser promotores
creíbles y convincentes, testigos de la Buena Noticia del Evangelio.
Reflexión ante los ataques
La Iglesia ha de ser defendida de los ataques
injustos que se desencadenan muchas veces. Por ello, es necesario que los
medios de comunicación católicos presenten una imagen de la Iglesia que sería
difícil de encontrar en los medios de comunicación laicos. Ofreciendo una
perspectiva que involucre varios eventos y hechos basados en la expresión de
nuestros valores y de nuestra fe compartida, se muestra que la Iglesia es
una comunidad de creyentes convocados por voluntad de Cristo: “Dad una voz y
un punto de vista que respete el pensamiento católicos en todas las cuestiones
éticas y sociales” (Benedicto XVI, Discurso a la asociación de
Semanarios Católicos, noviembre 2010). Esta concepción está ausente en otros
medios de comunicación, que hablan de la Iglesia en términos exclusivamente
políticos o sociológicos.
Esto no significa pasar por alto los
problemas, incluso aquéllos de la vida de la Iglesia; se trata más bien de
abordarlos desde la perspectiva de la fe. La Iglesia tiene muchos críticos injuriosos
que desean revelar sólo aspectos negativos con el objetivo de herir; sin
embargo, tampoco hace bien a la Iglesia la presencia de “amantes acríticos” es
decir, aquéllos que, a menudo por un malentendido sentido de fidelidad, niegan
la existencia de tensiones y problemas, y que a la larga dañan la credibilidad
de la Iglesia.
La Iglesia necesita medios que no tengan
miedo de exponer los errores o fracasos, pero cuya motivación sea animar a la
comunidad de los creyentes a continuar el camino de la conversión, para que así
la Iglesia viva más plenamente la vocación que le ha sido entregada por Cristo,
es decir: ser una comunidad de testigos creíbles de su Palabra y del Amor de
Dios a la humanidad. Los medios católicos no serán creíbles si no enfrentan el
pecado, los abusos, las debilidades y errores dentro de nuestra comunidad. Al
mismo tiempo, no sería objetivo ni justo no mostrar los eventos y hechos donde el
Espíritu está constantemente presente. Juan Pablo II, dirigiéndose a los
periodistas durante el Jubileo de la Redención, afirmó: “La Iglesia trata, y
tratará cada vez más de ser una 'casa de cristal’, donde todos puedan ver qué
está pasando y cómo cumple su misión de fidelidad a Cristo y al mensaje del
Evangelio. Pero la Iglesia también espera un similar esfuerzo de autenticidad
de parte de quienes están en la condición de "observadores" y que
deben referir a otros (...) la vida y los hechos de la Iglesia”. (Juan
Pablo II, Discurso a los periodistas en la Celebración del Jubileo de la
Redención, enero 1984)
Por su parte, el Papa Benedicto XVI, durante
su visita a Portugal, en el encuentro con los representantes del mundo de la
cultura, nos ha recordado que: “La convivencia de la Iglesia, con su firme
adhesión al carácter perenne de la verdad, con el respeto por otras ‘verdades’,
o con la verdad de otros, es algo que la misma Iglesia está aprendiendo. En
este respeto dialogante se pueden abrir puertas nuevas para la transmisión de
la verdad”. (Benedicto XVI, Encuentro con el mundo de la Cultura,
Lisboa, mayo 2010).
Deseo invitar a los medios católicos a seguir
reflexionando con profundidad sobre estos aspectos, abriendo también la
posibilidad a “estar en desacuerdo, sin ser desagradables”. Todos sabemos que
en la arena digital algunos debates, a veces, pueden convertirse en una
contienda de gritos, donde las formas más extravagantes de expresión gozan de
mayor atención. Como católicos, no debemos dudar nunca de expresarnos con
fuerza para corregir el error y condenar las injusticias; pero siempre hablando
con la verdad y con el amor. Es natural que los debates acerca de la fe y de la
moral estén llenos de convicción y pasión, pero existe el riesgo progresivo de
que algunas formas de expresión dañen la unidad de la Iglesia; además, es
improbable que de este modo se atraiga a las personas que desean aprender algo
sobre la Iglesia y el Evangelio.
Comunicar la fe en el horizonte de la Nueva
Evangelización es un gran desafío para la Iglesia hoy, para todos sus miembros,
los discípulos del Señor. Hemos de confiar nuestras tareas y proyectos a María,
la estrella de la Nueva Evangelización. Guiados por el Espíritu y bajo el
amparo maternal de la Madre de la Iglesia podemos caminar seguros y confiados.
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